El famoso establecimiento de Plentzia es todo un exponente de responsabilidad social por su conservación y difusión del patrimonio científico.
Es un lugar extraordinario. El empeño de la familia Aramburu ha fructificado en un concepto nuevo, amplio y pleno de contenido, donde el pasado se proyecta hacia el futuro para generar y comunicar conocimiento. Es la farmacia museo. Mucho más que un establecimiento que conserva a la vista antiguos botámenes ...
Es un lugar extraordinario. El empeño de la familia Aramburu ha fructificado en un concepto nuevo, amplio y pleno de contenido, donde el pasado se proyecta hacia el futuro para generar y comunicar conocimiento. Es la farmacia museo. Mucho más que un establecimiento que conserva a la vista antiguos botámenes y matraces. Porque de los museos se espera que produzcan sabiduría, conciencia y hasta identidad, y de eso va la historia que esta saga de boticarios quiere transmitir a la sociedad.
Enrique Aramburu encarna la tercera generación de farmacéuticos en su familia. Es titular de la farmacia que lleva su apellido, ubicada en la localidad vizcaína de Plentzia. Es, también, el empeño personificado, un profesional con ideas muy claras y un hondo sentido de la responsabilidad social que le toca como profesional y como depositario de un valioso legado. La farmacia Aramburu abrió sus puertas un cuatro de enero de 1888. En aquel entonces estaba comandada por Pedro Aramburu Mendieta, abuelo del actual titular. Hoy, más de 130 años después, es el máximo exponente en el Estado de lo que es una farmacia museo. De esas que muestran, en vivo y en directo, todo lo que ha cambiado la ciencia y la profesión.
Porque a finales del siglo XIX, “lo que había eran las fórmulas magistrales, la tríaca magna, remedios secretos y una industria europea que comenzaba a introducirse”, relata Emilio. Y es que en el siglo XX se produjo una auténtica revolución en el papel del farmacéutico, que pasó de ser la persona que elaboraba personalmente los remedios, a dispensador del medicamento. En su caso va más allá, y se ha convertido en conservador y comunicador de un patrimonio único y en peligro de extinción, ya que muchas de las antiguas boticas han ido cerrando o tienen colecciones que no están abiertas al público.
Motivo de tesis
Recientemente, el propietario de esta botica singular ha presentado su tesis doctoral ‘De farmacia a museo, casi un siglo de historia a través de la Farmacia Aramburu (1888-1982)’. Puede decirse de esta tesis que es un estudio pionero, ya que muy escasa es la literatura que aborda el tema hasta el momento, y ninguna con tal profundidad. En la investigación, Enrique Aramburu aporta claridad y sienta bases en torno al concepto de farmacia museo, “un establecimiento con más de cien años, que conserva parte de su patrimonio y que continúa abierto al público. En España hay varias, con más presencia en el Norte, desde Madrid hacia arriba, y especialmente en País Vasco, Galicia… ”.
Pero dentro de las farmacias que cuentan con un importante patrimonio también hay diferencias. Lo que caracteriza claramente a la de Pleitza es su innegable vocación didáctica, conservadora y comunicativa. La reflexión sobre el origen del farmacéutico y su evolución, en un entorno como este, es ineludible. “En sus orígenes el farmacéutico era el experto en venenos y en sus antídotos. Hay una teoría que explica que el motivo de que aparezca una serpiente en el símbolo de la farmacia es precisamente ese, y a mi ésta es precisamente la teoría que más me gusta”, declara Enrique Aramburu.
Hablábamos de ideas claras y hablamos también de principios. Principios muy activos. Hace unos años, se planteó, como en tantos otros casos, la necesidad de modernizar el establecimiento.
Esto significó un punto de inflexión. Un momento en el que tomar decisiones y activar esos principios. Así fue. En 2010 culminó un largo proceso de renovación y ampliación que supuso la creación del actual museo, en el que se expone al público el trabajo y la vida de una centenaria botica rural. Con su rebotica, sus aparatos increíbles, sus frascos rotulados. “Mantenemos una zona de atención al público y otra de museo”, explica Enrique. Esto conlleva una inversión económica que habla de la vocación de esta familia. “No hay ayudas para realizar esta labor. Nosotros lo hicimos cuando pudimos ampliar hacia atrás. La parte antigua siempre había estado en exposición, pero ahora tanto la botica como la rebotica se dedican exclusivamente a uso museístico”.
Los espacios de mantienen en sus ubicaciones originales, incluida la famosa rebotica, lugar de tertulias a las que asistían intelectuales como Miguel de Unamuno. “Mi abuelo lo conoció estudiando en Bilbao, y se relacionaba mucho con él y más todavía con su hermano, Félix, que estudió farmacia”. De hecho, Félix de Unamuno llegó a regentar su propia botica en Bilbao. Cuenta la leyenda urbana que, preso de la envidia, o del hartazgo, solía llevar un cartel que decía “por favor, no me pregunten por mi hermano”. (…)
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